Dos ríos confluyen en Oxford, dos ríos que compiten entre sí, y en primavera inundan los valles. La geografía no ha cambiado gracias a ellos. Y la metáfora sobrevive. Oxford, la ciudad de Tolkien y de Lewis Carroll, de brújulas doradas y laberintos de rosas, de árboles añosos y botes a remo. Una ciudad de altos estudios y cómicos cuentos populares, que inundan el universo de la literatura mágica una y otra vez.
Me enamoré de la gente, de los parques, del lugar.
Tomé una clase con el historiador Mark Davies, caminando por callecitas y bordes de río.
Me indigné con los museos, que exponen como propios botines manchados de sangre en esta Inglaterra llena de contrastes.